JALISCO.- Hay realidades inimaginables fuera de Guadalajara. Realidades de jaliscienses a sólo 250 kilómetros de la urbe. Poblados, ranchos, comunidades enteras que viven una cotidianidad muy distinta. Principalmente ancianos, mujeres, niños que soportan una violencia más honda e íntima: la que les arrebata su pueblo, su casa, su vida.
Esta reflexión me invadió tras ver la transmisión en YouTube del padre José Luis Segura Barragán desde su parroquia en el pueblito de La Loma, en Santa María del Oro, Jalisco.
Di con el sacerdote mientras investigaba más sobre el desplazamiento forzado, el pasado 12 de enero, de 150 familias (alrededor de 500 personas) en ese municipio ante la violencia del crimen organizado.
Hasta el martes, el gobernador dijo, sin dar detalles, que atendían el asunto. Y ayer aseguró que “se recuperó la calma y está regresando la normalidad a la zona”.
Con cinco mil suscriptores en su canal de YouTube (@josesegura5682) y más de mil videos, el padre José Luis dirige mensajes frecuentes en vivo a su comunidad. Es un personaje que denuncia en medios nacionales lo que ocurre en la región. Extrañamente sus apariciones en medios locales son escasas. Es responsable de la Vicaría Fija del Sagrado Corazón de Jesús, en La Loma, Jalisco, perteneciente a la Diócesis de Apatzingán.
La poca información que tenemos sobre el desplazamiento forzado por la disputa entre cárteles en esta zona de Jalisco -y que el Gobierno niega o minimiza- es gracias a él. En un video, el martes narró que han sido desplazadas familias de los poblados de Zipoco, El Carrizo, Panales, Petacala y “quizás Los Plátanos”.
El padre describió cómo la violencia se ha enquistado en la zona desde hace mucho tiempo. Comenzó con los Caballeros Templarios y ahora sufren al cártel local en pugna con otra célula criminal: “En aquellos cerros la pandemia y la violencia diezmó las comunidades, la gente joven se fue y se quedaron los ancianos a cuidar las casas”. Es poco creíble que de un día para otro se haya “normalizado” la situación, como dijo el gobernador, pues “este lugar tiene una historia de violencia”.
El sacerdote describió la geografía de la zona: brechas, barrancas, cerros, vías que se recorren en dos, tres, cuatro horas de un pueblo o rancho a otro. “Ustedes se han de imaginar la soledad, la aridez, los caminos tan horribles que cuando caen lluvias fuertes se quita todo el balastre, quedan las piedras peladas, filosas, se desbaratan los pequeños canales que tienen para que pase el agua de un lugar a otro”.
El presbítero aseguró que en días pasados llegaron aviones y militares. Según su versión, cuatro vehículos federales sufrieron un atentado con minas antipersonales. Eso provocó una reacción de las fuerzas castrenses: “Al otro día vinieron los aviones a desbaratar todo de ambos grupos, todo fue destruido, limpiaron el camino de maleantes, pero así menos van a regresar las personas. Si hay minas terrestres ahí se va a volver una brecha, un lugar peligrosísimo para quien sea; hasta una vaca puede pisar una mina y revienta la pobre”.
Ese es el miedo de los pobladores. No quieren regresar a una zona minada: “Ahora definitivamente ya quedó allí como una tierra baldía, una tierra peligrosa, y entonces ahí se acabó la sociedad, los ranchitos, las familias”.
El padre José Luis grabó su video en medio de una guerra y desde una capilla desolada. Una frase resume su fe y su miedo: “Nosotros los pequeños, los mínimos, los que estamos a la orilla, los descartables, somos la base de la Iglesia. Por eso siento un temor de que en estos días se acreciente la violencia más”.
Hay realidades inimaginables fuera de Guadalajara.
